Se acabó. Punto final. No hay vuelta atrás. La Copa Davis, tal como la conocemos, tiene fecha de vencimiento, puesto que ayer en Orlando se confirmó la reestructuración del mítico e histórico torneo.
Los dirigentes se cargaron con uno de los certámenes más amados por el público. Temporada a temporada, la Copa Davis sintetizaba una mezcla de sensaciones que sólo eran posibles de contemplarse en ese evento. Ningún otro campeonato pudo ni podrá igualar lo que generaba la Davis: triunfos de jugadores no reconocidos en el circuito, la posibilidad de jugar en tu país junto con tu gente, la presión que sentían muchas veces los mejores rankeados para poder sacar adelante un partido frente a un rival inferior, el color de las tribunas, poder elegir la sede y, en consecuencia, la superficie y los épicos encuentros al mejor de cinco sets. Todo eso, murió. Lamentablemente, la plata, otra vez, se cargó con una historia que nació 118 años atrás. Billetes matan tradición.
A partir de la próxima temporada cambiará la forma de competencia y estará muy lejos de acercarse al formato actual. La idiosincrasia, bien y gracias. Nuevamente ganó la cofradía dirigencial. Ellos son los que tienen voz y voto, pero los que juegan son los tenistas. Y no pudieron ser escuchados. Tanto es así que, por ejemplo, Francia votó a favor de la reforma, mientras que sus representantes se opusieron de manera terminal.
El final de la obra se conocía de antemano, casi como si fuera algo normal. La idea de cambiar, de generar mayores recursos económicos, significó el final de una era. Y los valores que se fueron tejiendo, empezarán a quedar en el camino.
Por suerte, existió 2016, el año que cambió a la Argentina para siempre. El trofeo más esquivo del deporte nacional pudo ser levantado. La deuda quedó saldada a tiempo. Casi como si el destino sabía de este cambio que iba a modificar la Copa Davis para siempre.
Por: Ayrton Aguirre